Una madre duerme con su perro, ¡sin imaginar lo que sucederá a medianoche!

Desde el primer instante en que Sarah conoció a Max, un golden retriever de mirada tierna y pelaje dorado, sintió que algo especial los unía. No imaginaba que aquella conexión, tan cálida y pura, sería el comienzo de una historia que pondría a prueba su calma y su valentía.

La primera noche, quiso que Max se sintiera parte del hogar. Le preparó una cama cómoda junto a la suya, convencida de que dormirían tranquilos. Pero al acercarse la hora de acostarse, el perro prefería rondar su cama en lugar de la suya. Sarah no resistió la tentación y lo invitó a subir con ella.

Cerca de la medianoche, Max se incorporó de golpe. Las orejas erguidas, la mirada fija en la puerta, y un gruñido bajo que hizo que Sarah despertara sobresaltada. Iba a volverse a dormir cuando escuchó un crujido en el pasillo, como si alguien caminara lentamente. Su corazón empezó a latir con fuerza.

El silencio se hizo pesado. Cuando por fin comenzaba a relajarse, una voz susurrante, apenas audible, rompió la quietud del cuarto. Sarah se levantó de un salto, y justo entonces sintió una ligera caricia en el brazo. Encendió la lámpara con un jadeo… No había nadie. Max ladró con fuerza, quebrando la tensión.

Al día siguiente, decidida a entender lo que pasaba, Sarah acudió a la biblioteca local y revisó los registros de la propiedad. Los vecinos ya le habían hablado de rumores inquietantes. Entre los viejos archivos, halló un artículo que mencionaba al anterior dueño, el señor Thompson, desaparecido en circunstancias misteriosas.

Intrigada, buscó al historiador del pueblo, quien le contó sobre los extraños sucesos del lugar: objetos que se movían solos, ruidos inexplicables, sombras que cruzaban las habitaciones. Convencida de que debía llegar al fondo del asunto, Sarah contactó a Michael, un experto en fenómenos paranormales.

Cuando él llegó, el aire en la casa pareció volverse más denso. De repente, el contador de energía se disparó y la temperatura bajó de golpe. “Hay algo aquí”, murmuró Michael. Sarah sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Entonces él propuso hacer un ritual de purificación.

Michael recorrió cada habitación, cantando en voz baja y dejando que el humo de la salvia llenara cada rincón. Luego, en la sala, le preguntó a Sarah cómo se sentía. Ella respiró hondo. “Más tranquila”, respondió. Max, tumbado a sus pies, parecía compartir su alivio.

Los días siguientes transcurrieron en calma. Sarah y Max volvieron a su rutina: paseos matutinos, juegos en el parque, tardes tranquilas en casa. Pero una noche, el perro volvió a erizar el ambiente. De pie frente a la puerta del dormitorio, gruñía mirando el oscuro pasillo.

Justo cuando Sarah creyó que todo había terminado, un anciano llamó a su puerta. “Busco al inquilino actual”, dijo amablemente. Se presentó como el señor Harris, amigo del antiguo propietario. Llevaba en las manos un viejo diario de cuero. “Esto pertenece a la casa”, explicó.

Guiada por las notas del diario, Sarah descubrió una puerta oculta detrás de una estantería del estudio. Dentro, entre objetos cubiertos de polvo, encontró una fotografía que la dejó sin aliento: el señor Thompson, posando junto a un golden retriever idéntico a Max.

Desde entonces, la casa dejó de parecer un lugar inquietante. Ahora se sentía viva, cargada de historia y lista para que Sarah y Max escribieran en ella sus propios recuerdos.